Entrevista a Jerry Toner, autor de «Infamia»

Entrevista realizada por Juan Luis Gomar Hoyos para Divulgadores de la Historia

Saludos, Jerry. Antes de empezar, déjeme felicitarle por un libro tan entretenido. Me lo he pasado realmente bien preparando esta entrevista.

¡Muchas gracias! Me alegro de que lo disfrutaras. Fue muy divertido escribirlo.

¿Qué hace que el crimen en Roma sea tan especial y atractivo como para dedicarle un estudio tan rico y detallado como «Infamia», publicado por Desperta Ferro ediciones? ¿Era muy diferente de otras culturas contemporáneas?

El crimen en Roma es tan interesante porque destaca las muchas similitudes y las diferencias extremas entre ellos y nosotros. Muchos de los problemas que afrontaban a diario, como los pequeños delitos, no son muy diferentes a los de hoy en día. Pero otros, como la obsesión imperial con la traición y sus actitudes hacia los crímenes morales y religiosos, nos hablan de un mundo muy diferente. La brutalidad con la que trataban a los criminales es estremecedora, pero no muy diferente a la de otras sociedades preindustriales. Lo que hace a Roma única entre otras sociedades es que desarrollaron un sistema legal altamente sofisticado que nos aporta una perspectiva totalmente distinta sobre lo que ellos percibían como «incumplimientos de la ley».

En su opinión, ¿las leyes evitaban los delitos, o existían a causa de los mismos? ¿Las leyes aseguraban la Justicia?

La mayor parte de las leyes romanas eran lo que nosotros llamamos leyes civiles, es decir, trataba las disputas privadas entre ciudadanos. El estado sólo estaba interesado en perseguir criminales  que cometían los actos más atroces contra el interés público, tales como la traición. Las leyes por lo tanto, reflejan las preocupaciones privadas de individuos, pero tratan sobre todo derechos de propiedad y por lo tanto no reflejan cómo el crimen afectaba a la sociedad en su conjunto. Muchos de los decretos públicos de los emperadores hacían incluían grandilocuentes declaraciones simbólicas sobre lo que consideraban justo y correcto, pero tenían escasa capacidad para hacerlos cumplir. Quizás la mayoría de la gente tenían una fe igual de escasa en el poder de la ley para impartir justicia, así que esto no significa que perdieran la fe en el sistema.

¿En qué se diferencia la percepción de la violencia que los antiguos romanos tenían y nuestra propia percepción, como sociedad del siglo XXI, mil quinientos años posterior?

Lo que es más apabullante es la brutalidad de los castigos que se infligían a los culpables, sobre todo a los de las clases más bajas: esclavos crucificados, fugitivos arrojados a  bestias salvajes para ser despedazados, flagelados  con látigos de punta plomada… Todo es nos revuelve las tripas. Pero las masas que acudían a ver estos castigos parecen haberlos encontrado entretenidos, un   escarmiento para quienes lo merecían, según las normas. Pero los romanos, de forma genérica,  también parecen haber encontrado  la violencia tan terrible  como nosotros en su día a día.

Una de sus principales fuentes, nombradas muchas veces a lo largo de su ensayo, son las peticiones. ¿Podría contarnos algo sobre ellas?

Las personas que tenían una reclamación que hacer podían escribir a funcionarios a cargo de su área y pedirles un decisión sobre su caso. Dichas peticiones podían ser enviadas al centurión local o directamente al gobernador provincial. La mayoría de las muestras de que disponemos proceden de Egipto y, puesto que la mayor parte de la gente era analfabeta, eran escritas por los escribas locales. La demanda de justicia queda reflejada en la historia de un gobernador que recibió mil ochocientas cuatro de estas peticiones en tres días en una sola ciudad. El problema era que era difícil conseguir una sentencia porque los funcionarios no podían contestarlas todas y todas las decisiones debían de ser apoyadas por el demandante en un tribunal. Pero los casos son fascinantes en tanto nos cuentan mucho sobre las verdaderas preocupaciones de la gente corriente.

Jerry Toner, autor de Infamia

Las menciones que hace al Oráculo de Astránsico y las preguntas que la gente depositaba allí son fascinantes. ¿Cómo funcionaba exactamente?

El oráculo de Astránsico decía tener siglos de antigüedad, pero en realidad existió desde principios del siglo II. Casi todos los ejemplares nos han llegado desde Egipto, pero hay una versión más tardía en la Galia, así que parecen haber sido utilizados ampliamente. El peticionario elegía una pregunta a los dioses de entre las noventa y dos posibles. Cada pregunta tenía diez posibles respuestas pero estaban todas desordenadas. El peticionario elegía un número del uno al diez (probablemente extrayéndolo al azar); entonces, el adivino usaría una tabla de conversión  para  seleccionar la respuesta correcta de las muchas disponibles. Lo que resulta fascinante es que podemos extraer  las frecuencia de las respuestas, lo que revela lo diferente que era el mundo en que habitaban. Así, por ejemplo, la pregunta «¿Heredaré de mi madre?», recibía un 30% de las veces la respuesta: «No, ella te enterrará a ti».

En «Infamia», usted señala muchas veces la diferencia entre una Justicia ideal y cómo era esta en realidad. ¿Cómo describiría esta idea de «Justicia» romana? ¿En qué se sustentaba?

La ley nos dice lo que probablemente la mayoría vería como un «estado ideal de las cosas». Había una ley que proclamaba: «Todo buen gobernador que se precie debería cuidar de que la provincia a su cargo sea pacífica y tranquila», lo que conseguiría si se esforzase en localizar a los malvados y en perseguirlos con diligencia,  y este grupo incluiría a los que «cometieran actos sacrílegos, bandidos, secuestradores y ladrones» (Digesto 1.18.13pr). El gobernador debía «prevenir la injusticia, y no permitir que los hombres honestos y amantes de la paz sufrieran daño» (Justiniano, Nuevas constituciones, 29.5). En otras palabras, la Justicia para los romanos consistía en un mundo bien ordenado donde la gente cumplían las leyes y eran  castigados si no lo hacían. En realidad, el estado disponía de limitados medios para proporcionar esto. No había fuerza policial tal y como la entendemos, salvo la Guardia Nocturna en Roma. Este grupo contaba entre tres mil quinientos y siete mil hombres. No eran una fuerza insignificante, pero su cometido principal era la prevención de incendios más que la lucha contra el crimen. En otras partes, los soldados parecen haber actuado como agentes de la ley. Podríamos pensar que la inexistencia de un cuerpo de policía implica una elevada tasa de crímenes, pero en realidad no tiene por qué ser así. Incluso hoy, muchas ciudades tienen un número relativamente pequeño de agentes para patrullar.

Hay un crimen que estudia ampliamente: la «traición», empleado por los emperadores, especialmente por los más paranoicos, para gobernar mediante el terror. Cree usted que el delito de «traición» fue uno de los primeros intentos de coartar la libertad de expresión, incluso antes de que dicho concepto existiera?

Puesto que el emperador era, en muchos sentidos, el Estado en sí mismo, la «traición» era un término muy amplio que significaba que podía actuar a su antojo contra quien fuera su objetivo. Obviamente, esto daba pie a abusos puesto que dependía del auto-control imperial, una cualidad que Calígula y otros iguales a él no poseyeron en gran medida.

¿Temían los emperadores las revueltas populares más que a los bárbaros peludos y sedientos de sangre de más allá de las fronteras? ¿Estaban quizás más preparados para esos bárbaros que para la masa hambrienta que hablara latín?

Creo que el mayor miedo para un emperador era un complot palaciego, que solían incluir a miembros de su familia y altos mandos militares, como el Prefecto de la Guardia Pretoriana. El ejército romano en sí mismo era una amenaza mucho mayor para ellos que los bárbaros de lejanas tierras. La masa en sí era impredecible, pero podía ser comprada con pan y circo.

Usted indica en su ensayo que la legitimidad imperial se asentaba sobre el apoyo popular. ¿Cómo de importante era este apoyo para la institución imperial?

Roma estaba cimentada en el SPQR: el senado y el pueblo de Roma, una empresa compartida entre los romanos y el liderazgo de su aristocracia. Bajo el mandato de los emperadores, todavía se tenía el sentido de que el pueblo romano era en último extremo soberano y que el emperador no podía gobernar sin su apoyo. Los emperadores llegaron muy lejos para ganárselos con grandes juegos, grandes baños públicos y numerosas dádivas. En realidad, por supuesto, el emperador tenía el poder efectivo, pero la falta de popularidad solo podía animar y dar ideas a potenciales conspiradores palaciegos para intentar un complot.

Menciona usted también que el circo llegó a sustituir a las asambleas del pueblo. ¿Podría explicar algo más esta evolución? Los comicios de la plebe fueron relevantes durante la República. ¿Desaparecieron gradualmente?

Los comicios tuvieron mucho poder durante la república  porque votaban y ratificaban las decisiones más importantes del estado, tales como ir a la guerra. Conforme le poder se fue concentrando en las manos de unos pocos líderes políticos, sin embargo, estas asambleas solo fueron capaces de ejercer una independencia mucho menor. En parte, se debió a que algunos participantes eran sobornados o intimidados por los políticos poderosos, y en parte también porque las llenaban con sus partidarios. En  cualquier caso, puesto que solo unos cuantos miles de ciudadanos podían participar físicamente, las asambleas resultaron representar solo a una fracción muy pequeña de la ciudadanía. Cuando Augusto era emperador, las asambleas no tenían poder real, y fueron anuladas cuando murió y durante la proclamación de Tiberio. Los juegos se convirtieron en una manera más eficiente para los emperadores de establecer relación con un alto número de romanos. Casi un cuarto de millón de personas podían atestar el Circo Máximo, donde podían experimentar la generosidad del emperador, pero también expresar sus quejas desde el anonimato, coreando los cánticos de las gradas.

Usted describe como «violentos» los textos encontrados en las maldiciones. ¿De qué tipo de maldiciones hablamos? ¿Qué encontró mientras se documentaba para este libro?

Hay alrededor de mil quinientas tabillas encontradas a lo largo del imperio. A pesar de la diversidad geográfica, son sorprendentemente similares, a menudo usando una redacción mágica de estilo egipcio para invocar el poder de los demonios. Buscan influenciar eventos y cobrarse venganza por un amplio abanico de motivos. Así, hay maldiciones contra aurigas rivales, otras que buscan satisfacción por crímenes recibidos tales como el robo. Las aproximadamente ciento cuarenta tablillas de Bath, en Inglaterra, incluyen muchas sobre robos porque la gente era robada mientras disfrutaban de los baños en los manantiales. Lo violento de las peticiones es a menudo impactante, como pedir a los dioses cegar o mutilar a aquellos que les habían robado, aunque fueran  objetos relativamente pequeño.

Encontramos muchos aspectos en común con la antigua sociedad romana y la nuestra, pero personalmente, encuentro algo sorprendente y diferencial en las leyes contra el lujo. ¿Por qué se preocupaban tanto por él?

El estado romano tenía una larga tradición de aprobar lo que llamaban leyes suntuarias, esto es, leyes redactadas con el propósito de limitar o prevenir el despilfarro en ciertos bienes de consumo personal. En el siglo segundo, el escritor Aulo Gelio escribió que fueron introducidas para mantener la frugalidad de los primeros romanos («Noches áticas, 2.24»), y a menudo trataban de limitar los gastos de los festines. Claramente iban dirigidas a los estratos más altos de la sociedad romana, pero el miedo era que la sociedad pudiera pudrirse desde la cima si estos líderes se corrompían. También muestra cuánto se preocupaban por el efecto de debilidad debido a los excesos. Temían que su recia autodisciplina, de la que hacían gala en el campo de batalla, pudiera relajarse si se exponían a demasiado lujo.

Ahora, sobre los crímenes de guerra, puesto que los romanos lucharon contra pueblos con leyes y costumbres muy diferentes (incluso César basa la diferencia entre los belgas, los celtas y los aquitanos de acuerdo a sus propias leyes), ¿podríamos decir que aun así había algún tipo de leyes internacionales aplicables a estas guerras, seguidas por todas las naciones?

Podríamos imaginar que los romanos no tenían noción de «crimen de guerra», pero la literatura que nos ha llegado tiene mucho que decir sobre cómo la guerra debería ser conducida moralmente y qué límites deberían existir en la conducta militar. Cicerón escribió un largo discurso sobre la naturaleza de lo que hacía una guerra justa y qué obligaciones existían entre los combatientes para asegurar que el encuentro se llevara de acuerdo al derecho de todos los pueblos, el ius gentium («Sobre los deberes» 1.33-41). Las injusticias durante la guerra, dice, a menudo surgen a través del retorcimiento fraudulento  y tramposo de las leyes, poniendo como ejemplo al rey Cleómenes de Esparta, quien, habiendo firmado una tregua por treinta días, arrebató los campos a sus enemigos por la noche porque decía que el tratado había estipulado «días», y no «noches».

Cicerón argumenta a favor de los más altos estándares de integridad en cuanto a actuar justicia con un enemigo. Pero también está claro que los derechos de los vencidos no eran considerados en absoluto inviolables: eran un reflejo de su propio comportamiento durante el conflicto. Aquellos que tiraban sus armas y se rendían a los generales romanos se consideraban merecedores de un mejor tratamiento que aquellos que habían resistido duramente. Roma se convirtió en el patrón de aquellos que se rendían, buscando una promesa de seguridad, y hacia ellos tenía una obligación de protegerlos. Cualquier promesa hecha al enemigo debía mantenerse como un asunto de honor.

¿Cuál es la relación entre la elección del cristianismo como la religión oficial del imperio y la persecución de sus diferentes sectas?

El cristianismo se convirtió en la religión dominante del imperio. Pero hay que tener en cuenta que esto sólo pasó después de que el emperador Constantino se convirtiera en el 312. Buscaba una nueva religión, más adecuada a las necesidades de un estado más centralizado, y eligió el cristianismo como parte de su ideología de «Un dios, un emperador». El cristianismo fue transformado también después de su conversión, adquiriendo la iglesia gran riqueza y un enorme número de conversos con enorme celo. El emperador también empezó a interferir en los asuntos de la iglesia, lo que derivó en la marcha hacia la ortodoxia. El cristianismo había sido siempre una unión muy laxa de iglesias locales, sin mecanismo central que cerrara las disputas doctrinales. El emperador no tenía papel oficial en la jerarquía de la Iglesia, pero ¿cómo podrían los obispos contradecir al hombre más poderoso de su época? Constantino convocó un concilio en Nicea en el 325 para poner por escrito qué era exactamente aquello en lo que creía su Iglesia, y el resultado fue el Credo de Nicea, todavía empleado, con ciertas modificaciones, hoy en día. Aquellos cristianos que interpretaban la Biblia de forma diferente descubrieron que de repente se enfrentaban a toda la fuerza de la ley romana y que eran etiquetados como «herejes». Los cristianos volvieron a ser perseguidos, solo que esta vez, por un emperador cristiano.

Portada de Infamia, la nueva obra de Jerry Toner

Usted se refiere muchas veces al escaso nivel de justicia que podía asegurar el imperio, pero también que encajaba con las escasas expectativas que los romanos tenían en ese sentido. Cuáles, en su opinión, eran esas expectativas?

Debemos tener en cuenta que la ley romana no era un sistema que intentaba satisfacer a todo el mundo en una sociedad igualitaria. Sí, había una idea de derechos ciudadanos universales, sobre todo en el periodo republicano (aunque obviamente excluía a un inmenso número de esclavos y habitantes de las provincias), pero también una aceptación pragmática de que el sistema no podría gestionar todas las demandas que se hacían. La mayor parte de las leyes eran civiles, que trataba con disputas privadas entre ciudadanos. La ley estaba fundamentalmente preocupada de satisfacer las expectativas de las clases más ricas. La relativa estabilidad económica y política creada por el imperio permitió a la ley desarrollarse con el tiempo en un sistema muy sofisticado. Aun así, siempre fue el ámbito de una minoría con las suficientes propiedades para que mereciera la pena reclamar legalmente. ¿No es todavía así con el código civil actual?

Debemos tener en cuenta también que esta era una sociedad preindustrial donde el objetivo primordial del gobierno era mantener el orden. El estado estaba muy limitado comparado con los actuales modelos occidentales y no tenía interés en asegurar el acceso a la sanidad, la educación, la Seguridad Social… Pero tampoco nadie lo esperaba.  Lo que ahora nos parece un fracaso de la ley era visto perfectamente normal y aceptable para la mayoría de los romanos. E incluso si la ley romana no tenia éxito en acabar con el crimen, sí representaba un poderoso símbolo contra el crimen.  Y la ley incluso aseguraba parcialmente a los más débiles acceder a ella, lo que al menos les proporcionaba pequeñas esperanzas de reparación.

Muchas gracias por su tiempo. En nombre de «Divulgadores de la Historia», le deseamos éxito con este libro y esperamos volver a leerle pronto.

Muchas gracias a ustedes.

Entrevista realizada por Juan Luis Gomar Hoyos

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