Entrevista a Fernando Lillo Redonet autor de “El Coliseo Historias de sangre y arena”.

Una entrevista de Federico Romero Díaz para Divulgadores de la Historia.
Hoy estoy de suerte me reencuentro con un veterano miembro de “Divulgadores de la Historia”, Fernando Lillo Redonet, para hablar de su nuevo libro “El Coliseo Historias de sangre y arena” editado por “Confluencias”.
Fernando Lillo Redonet (Castellón de la Plana, 1969) es Doctor en Filología Clásica, profesor de latín y griego, autor de numerosos libros como Teucro, el arquero de Troya (2004); Medulio. El Norte contra Roma (2005); Séneca. El camino del sabio (2006); Los jinetes del mar. El secreto de Cartago (2018); Héroes de Grecia y Roma en la pantalla (2010); Gladiadores: Mito y realidad (2011); Fantasmas, brujas y magos de Grecia y Roma (2013); Hijos de Ben-Hur. Las carreras del circo en la antigua Roma (2016) y artículos sobre el Mundo Antiguo. Fernando ha sido pionero en España en los estudios sobre el cine de romanos con sus obras El cine de romanos y su aplicación didáctica (1994) y El cine de tema griego y su aplicación didáctica (1997). Es autor también de guías didácticas de películas como Gladiator, Troya o Alejandro Magno. Ha sido miembro del comité científico del Congreso Internacional Imagines. Recientemente ha publicado Hotel Roma. Turismo en el Imperio Romano (2022) y Ecología en la Antigua Roma (2023).
Otro de los “mitos gladiatorios” es el famoso pulgar arriba, pulgar abajo. Ciertamente no sabemos qué gesto se hacía para perdonar o condenar al vencido, pero hoy se cree que no era precisamente ese y se proponen otras alternativas.
En el primer capítulo nos hablas del Coliseo como monumento en sí mismo, como un icono de Roma. ¿Cuéntanos, aunque sea muy brevemente, quién impulsó su construcción? ¿Qué representaba para los romanos disponer de un lugar tan enorme? ¿Qué había en el lugar previamente? ¿Cuál era su verdadero nombre y porque era conocido como “Coliseo”?
La dinastía Flavia impulsó la construcción de un gran anfiteatro en el lugar en el que había estado el lago artificial central del palacio de Nerón conocido como Domus Aurea, La Casa dorada. Vespasiano inició su construcción, su hijo Tito lo inauguró en el 80 d. C. y su otro hijo, Domiciano, sucesor de Tito, concluyó posteriormente las obras. Su denominación oficial fue anfiteatro Flavio y estaba pensado para ganarse el favor del pueblo romano.
No está claro el origen del nombre popular de “Coliseo”, acuñado en la Edad Media. Este podía deberse, bien a la proximidad de una estatua colosal de Nerón que se encontraba en sus inmediaciones, bien a las enormes dimensiones del edificio.
El Coliseo tenía capacidad para más de 50.000 espectadores, pero no hemos de olvidar que el Circo Máximo, donde tenían lugar las carreras de carros, tenía un aforo de 250.000 personas. ¿Donde se celebraban los espectáculos gladiatorios antes de la construcción del “Coliseo”?,¿Cuáles eran más populares las luchas gladiatorias del Coliseo o las carreras de carros del Circo Máximo?
Antes de disponer del anfiteatro Flavio los espectáculos gladiatorios en la capital del Imperio se daban en el propio Foro romano o en anfiteatros temporales construidos en madera. Hay decir que Pompeya contaba con un anfiteatro en piedra ya desde año 70 a. C. con capacidad para más de 20.000 asistentes.
Aunque a nosotros nos resultan más llamativas las luchas de gladiadores, podemos pensar que los romanos eran mucho más aficionados a las carreras de carros, si tenemos en cuenta la gran capacidad del Circo Máximo que ya hemos comentado. Ese edificio servía también como escenario para los desfiles triunfales y para cacería y luchas con animales.

En el primer capítulo sitúas a Marcial en el anfiteatro. Muchos de los integrantes del orden senatorial, algún emperador y en general la “intelectualidad” romana rechazaba los espectáculos que se ofrecían en el Anfiteatro y el Circo ¿Por qué no compartían esa pasión que sentía la mayoría de la gente?
En realidad los miembros de las élites superiores y la mayoría de los emperadores sí disfrutaban en general de los espectáculos, sobre todo por la implicación política que estos tenían. Eran un modo de contentar al pueblo y también de mostrarse ante él como benefactor y protector. En el capítulo del libro sobre Cómodo y su presencia en el anfiteatro queda muy claro este aspecto.
Las críticas de los intelectuales son más bien aisladas y referidas a tipos concretos de espectáculos como las ejecuciones de condenados a mediodía o las luchas entre combatientes poco preparados. El público, fuera de alta o baja extracción deseaba ver combates de calidad que siguieran las reglas establecidas. Para algunos intelectuales, como Cicerón o Séneca, las luchas de gladiadores constituían un buen ejemplo de valor ante la muerte. En cuanto al Circo, de enorme popularidad, contamos con el testimonio de Plinio el Joven, perteneciente a la élite, al que no le gustaban las carreras por monótonas y aburridas. Dudo mucho que los verdaderos fanáticos de las carreras compartieran su opinión. Para ellos ninguna carrera sería igual a otra y sabrían apreciar, sin duda, las diferentes calidades y técnicas de los participantes.
Además de las luchas entre gladiadores que otros espectáculos se ofrecían en el anfiteatro.
El anfiteatro albergaba también las llamadas venationes (cacerías), que podían ser luchas de animales entre sí, cacerías de unos animales por otros, como, por ejemplo, perros persiguiendo a gacelas, o enfrentamientos de hombres contra animales.

Otro de los espectáculos era la ejecución de criminales, que a veces adquiría un tono teatral , como un caso en que se lanzó a un condenado con plumas pegadas con cera desde una altura para imitar el desgraciado vuelo de Ícaro. Se habla también de naumaquias (luchas navales) en el Coliseo, aunque es un punto objeto de debate entre los investigadores.
En el libro, sitúas a diferentes personas dentro de la arena. La perspectiva que tenía alguien desde la arena debía de ser increíble. Yo he tenido la suerte de poder visitar el edificio, incluyendo la arena y la sensación es impresionante. ¿Qué podía sentir un condenado a muerte como el cristiano Ignacio cuando salía a la arena para cumplir con su sentencia?
Efectivamente la intención del libro es trasportar al lector al centro de la arena del Coliseo, hoy vacía, para que sienta qué podían pensar los que salían a ella, bien como combatientes, bien como cazadores, bien como condenados. Todas las posibilidades están incluidas en el libro. El gladiador experimentado salía, quizá, confiando en su éxito, y en todo caso con mucho menos miedo e incertidumbre que el novato que se enfrentaba a un primer combate. En cuanto a los condenados a muerte, unos la afrontarían con más valor, como el cristiano Ignacio, que ya se había preparado para ello e incluso la deseaba por encima de todo para poder encontrarse con su Maestro.

También hay historias de gladiadores, en concreto dedicas un capítulo a Aquilea y otro a un hombre que decide voluntariamente ser gladiador Marco Antonio Éxoco. ¿Cuáles eran los principales caminos que una persona debía recorrer para llegar a ser gladiador? ¿Hubo realmente mujeres gladiadoras?
En el libro he intentado recoger las distintas posibilidades que convertían a un hombre en gladiador: prisioneros de guerra, esclavos destinados por sus amos a la lucha en la arena, condenados a la escuela de gladiadores y, finalmente, hombres libres que se contrataban por un periodo de tiempo determinado. Estos últimos podían buscar la fama, la aventura o una salida a una difícil situación económica o personal.
Está probado que existían mujeres gladiadoras, aunque posiblemente no fuese el espectáculo más habitual. En todo caso eran profesionales que entrenaban en escuelas de gladiadores y combatían en las mismas especialidades que los hombres.
No está claro el origen del nombre popular de “Coliseo”, acuñado en la Edad Media. Este podía deberse, bien a la proximidad de una estatua colosal de Nerón que se encontraba en sus inmediaciones, bien a las enormes dimensiones del edificio.
¿Cómo eran las condiciones de vida de un gladiador?
En el libro se describe muy bien la vida en la escuela de gladiadores de Roma, el Ludus Magnus. Lógicamente habría diversos grados de comodidad según la procedencia del gladiador en cuestión. Los prisioneros de guerra y los esclavos tendrían en principio menos comodidades que los hombres libres, pero también hay que tener en cuenta que cuanta mayor categoría fuera adquiriendo el combatiente, mejores atenciones recibiría. Los gladiadores estaban bien alimentados y contaban con los cuidados de médicos especializados. No hay que olvidar que formar a un buen gladiador no era un proceso precisamente barato.

Conocidos son los casos de Nerón o Calígula, grandes apasionados de las carreras de carros que practicaron como aurigas. ¿Podemos hablar de algún emperador que se atreviera a luchar como gladiador?
Como se puede leer en el capítulo de Cómodo, este emperador bajó a la arena no solo como gladiador, sino también como cazador. En el primer caso no era muy probable que su oponente quisiera o pudiera vencerle, en el segundo las fuentes hablan de su excelente puntería, aunque eso sí, ejercitada desde un lugar seguro.
También nos narras la historia de Telémaco, que ejemplifica la oposición de la Iglesia hacia las luchas de gladiadores y a otros muchos espectáculos públicos como el teatro, los certámenes deportivos las Olimpiadas, etc. ¿Cuáles eran las causas de este rechazo de la Iglesia cristiana hacia estos espectáculos públicos?
La historia de Telémaco es más una leyenda que una historia real, pero sí ejemplifica el rechazo natural del cristianismo a la muerte de un semejante. Para los cristianos, el circo levantaba pasiones desenfrenadas, el anfiteatro hacían crueles a los que contemplaban los juegos, y el teatro invitaba a la lujuria.
Además de las condenas de la Iglesia, que ciertamente pesaron en la opinión pública, la desaparición de los combates de gladiadores está también muy relacionada con la progresiva dificultad económica para preparar buenos espectáculos gladiatorios. Algunos investigadores piensan que la calidad de los mismos disminuyó en los siglos III y IV, primando el derramamiento de sangre sobre la técnica y el buen espectáculo.
¿Hasta cuando se celebran luchas de gladiadores en el Coliseo?
A principios del siglo V los gladiadores desaparecieron del Coliseo, no así las cacerías y espectáculos de tipo acrobático con animales. En el 523 d. C tenemos documentado un espectáculo en el Coliseo que inspira el último capítulo del libro.
¿Cuáles son las falsedades más habituales asociadas a las luchas de gladiadores?
Los errores más habituales son los perpetuados por el cine y la novela histórica del XIX. Los gladiadores nunca dijeron la frase: Ave, Caesar, morituri te salutant (Ave, César, los que van a morir te saludan). Es una frase que se dijo una sola vez y quienes la pronunciaron fueron combatientes de una lucha naval ficticia que tuvo lugar en el lago Fucino en tiempos de emperador Claudio. En ese caso, sí que iban a morir con seguridad. Ello lleva también a que mucha gente crea que en una lucha de gladiadores el vencido tiene que morir necesariamente, cuando podía ser perdonado (y sucedía en muchísimas ocasiones). Otro de los “mitos gladiatorios” es el famoso pulgar arriba, pulgar abajo. Ciertamente no sabemos qué gesto se hacía para perdonar o condenar al vencido, pero hoy se cree que no era precisamente ese y se proponen otras alternativas.

El mundo gladiatorio está recibiendo en la actualidad una gran atención por parte de investigadores de todo el mundo. Nuevos hallazgos e interpretaciones hacen que nuestro conocimiento del mismo siga avanzando. Precisamente los relatos de “El Coliseo” han tenido en cuenta las últimas hipótesis de cada aspecto para ofrecer al lector un punto de vista único y actual.
Pues muchísimas gracias por tu tiempo Fernando, te deseamos mucho éxito tanto con este libro como en tus próximos proyectos.
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